martes, 25 de noviembre de 2008

martes, 4 de noviembre de 2008

Borrachos y guitarra...

(O "Para Apolo, de Dionisio, con amor")

A continuación, se glosarán situaciones en las que me he visto afectado por la borrachez ajena mientras ejecuto música en un lugar público. Bien se sabe que soy un irrefrenable "ejecutor de la música" de la vía pública mendocina. Hasta hay quienes me dirían "verdugo de la música".


El último hippie


Hace algunas semanas estando yo a pleno tocar la guitarra en la plaza Independencia, al lado de mi puesto de caricaturas (CHIVO: de miércoles a sábados de cinco de la tarde en adelante) se me acerca un señor (decirle señor es una cortesía) que parecía una especie de mix entre Pappo y Maradona, con un fuerte olor a jugo de uva fermentado, por no decir vino.
Después de hacer su entrada a escena con su curiosa facha y su pasodoble discordante, se acerca anunciando que "las guitarras son como un imán para mí". Con mi mejor cara de tolerancia amistosa a los más curiosos desperfectos de la naturaleza, le respondí con un elegante "Ou!" (expresión que, en concepto, vendría a ser lo mismo que "Ah!", o bien "Oh"; "Ajá"; "Bueno!" y otras tantas).
Satisfecho con mi muestra de conformidad a su discurso, aquel señor aromáticamente etílico se sentó a mi lado y comenzó a pedirme temas. Como bien se sabe suelo ser bastante negado a tocar los temas que otros me piden, porque prefiero cantar los que sé más o menos bien, y así torturar lo menos posible a la concurrencia. Y así fue que canté "todas las hojas son del viento".
¡Hubieran ustedes imaginado la terrible alegría que le agarró a ese señor! Comenzó a contarme anécdotas de cuando escuchaba Pescado Rabioso y que él había ido a la presentación de Artaud, y etc etc. De ahí se disparó a que el era un hippie y había conocido a todos los hippies de Mendoza, e incluso explicó una curiosa teoría por la cual él que era amigo de un tipo muy pudiente se convertía en tipo muy pudiente porque todo era de todos y entonces él "era importante porque se juntaba con" el otro. También habló de la represión y de los policías lo golpeaban por tener porros. Y de que hoy por hoy aún se esconde los porros en la orilla del pantalón por temor a los milicos: por más que ellos ya no lo molestan, según dice, lo hace porque está traumado.
Pidió la guitarra y yo, con el buen humor que me agarra cuando escucho algo imposiblemente pavo, se la presté, olvidándome de toda precaución social. Adivinarán, entonces, que hizo lo peor que uno podía llegar a imaginar y que no pude hacer nada para detenerlo: se puso a tocar.
Tocó una curiosa canción compuesta por él -ecológica- que poco se entendía y se repetía mucho, y que él explicó repitiendo innumerables veces la palabra "parodia"... y tampoco entendí nada.
Finalmente, luego de tocar otra canción suya, también ecológica, que denominó como regaee (mi oído francamente no le creyó) se fue, anunciándome que, ese día, yo había conocido a alguien muy importante: EL ÚLTIMO HIPPIE.

El payaso chinchudo

Me encontraba yo en la parada de micro de la plaza Independencia esperando el 102. Como suelo hacer cada vez que tengo la guitarra encima y espero el 102, me puse a tocar, aprovechando que la parada estaba desierta. Creo que Durazno Sangrado estaba tocando, cuando apareció uno de los payasos que suele ofrecer globos a los niños en la Av. San Martin (y que los pobres niños, pobrecitos, se asustan al verlos). Se quedó un rato viéndome con la mirada absorta y perdida mientras yo tocaba y luego se sentó a mi lado y siguió mirándome, como si no pudiera creer lo que veía.
Tras dos canciones (recuerdo que sufría yo porque me estaba costando mucho cantar y no lograba articular bien los tonos) me dice algo así como "puedo hacer por vos? necesitás algo?". Perplejo, me quedé mirándolo con la mejor cara de signo de pregunta que me pudo salir, y entonces él replicó "quieres una moneda, un billete?"...
"No, no, señor, no toco por plata"...
GRAN SILENCIO! La perplejidad inundó su rostro como nunca hube visto en otro ser humano. Realmente, ese hombre no podía entender lo que acababa de decirle.
"Có-- cómo es eso?". Me encongí de hombros, porque no veía respuesta alguna que sirviera, y entonces él continuó: "no vives del aire! no puedes tocar porque sí! te tiene que dar plata!".
"Eh... no, señor, yo toco solo porque me gusta".
"Eres millonario?"
"No."
"Y? ... Y? ..." ¡Realmente el tipo no podía comprender! "NO PUEDES VIVIR DEL AIRE! ... Yo sí, vivo del aire porque hago globos -esto dicho no como chiste, sinó con toda la seriead- y los aviadores... también viven del aire -siguiendo así con toda la seriedad, enumeró cuarenta profesiones que viven del aire...
Como media hora llevó dejarle en claro que el que yo pudiera estar enfrascado en un entretenimiento plenamente lúdico y sin fines de lucro, pero que al mismo tiempo tuviera trabajo y ganara mi sustento dignamente.
Cuando por fin lo entendió, me dejó seguir cantando. Canto una canción más, y vuelve a hablar.
"Lo haces bien".
"Gracias -consciente de los muchos errores de interpretación musical que acababa de perpretar, no pude evitar agregar- pero no soy muy bueno que digamos..."
¡Para qué! Empezó a discutirme, con toda la bronca, que si él decía que algo estaba bien, lo estaba, etc etc... Terminó yéndose furioso con su tambaleante paso y sus ojos vidriosos farfullando cosas inteligibles.
Yo... seguí tocando.

Tu canción favorita

Nuevamente en el escenario de la parada de micro del 102 en la plaza Independencia. Nuevamente muy de noche y yo tocando la guitarra, combatiendo el aburrimiento. Estaba tocando mis canciones favoritas, y recibía miradas alentadoras y pulgares sonrientes de las pocas personas que habían. Un hombre se me acerca a darme algunos consejos de interpretación, etc etc. Habla de ondas y mezcla teorías de reiki básico con Einstein. En eso canta un cachito de La Colina de la Vida para ejemplificar, y, un pendejo de veintilargos, rehecho mierda y con los labios morados de vino, se pone a corearlo con la voz áspera y retumbante de quien toma más alcohol del que su organismo puede soportar.
Yo retomo mi repertorio, y el sujeto ebrio, de sentidos profundamente confusos, parece creer en una maravillosa simbiosis: Cree que yo toco todas sus canciones favoritas. Cada canción que yo tocase, fuese cual fuese, él la cantaba por encima con su canción favorita.
Debía pensar algo así "cómo sabe este tipo!". Y así siguió, cantando Sumo, Guns & Roses, Viejas Locas, sobre Sui Generis, Pastoral, Spinetta...
Confieso que al final yo seguía tocando nada más porque me parecía gracioso...

Ojos que no ven, hipotálamo que no siente

Recuerdo también, en esa misma parada, también yo con mi guitarra, la ocasión en que llegó un tipo muy turbado en compañía de dos muchachos ciegos. Me los encarga para que les avise cuándo llega su micro y sale apurado, en parecer aliviado por desprenderse de la dura carga de la sociedad.
Bien, el pedo atómico que se cargaba uno de los dos cieguitos, un pesado total, era tan increíble que es difícil relatarlo. No paraba de reírse, cada dos palabras decía estupideces, insultaba o hacía chistes negros sobre ciegos, y culpaba al otro de llevarlo por el mal camino. ¡Quemaba la cabeza! Confesaba haber tomado vino de caja hasta vomitar, haberse fumado cuarenta porros que le cayeron mal y luego poclamaba que no era su culpa. El otro pibe, cortés, se disculpaba y buscaba charla. Me contaba que estudiaba, que también tocaba la guitarra, que tenía esperanza en un transplante de cornea. El otro seguía mandándose cagadas. Un ciego tan absolutamente bien parado que se daba el gusto de cagarse de la risa de todo. Cuando jodía mucho las bolas y el otro lo mandaba a la mierda, se iba a recorrer la plaza y pedía monedas a la gente en nombre de algún centro para ciegos al que no pertenecía. Luego se pelearon mal, y el pibe sensato le cantó sus cuarenta verdades, lo trató de cobarde y negado, que se cagaba de risa de todo porque era un resentido y que estaba para el orto que se cagara en el esfuerzo de su familia por darle todo para que salga adelante. Se pelearon hasta odiarse y luego se reconciliaron...
Cabe decir que eran como las cuatro de la mañana y yo esperaba el primer micro de la madrugada.
Cuando llegó, me despedí y me subí con la fatiga de cuarenta días sin dormir... Qué manera de decir boludeces ese pibe! Todavía me acuerdo de cuando empezó a improvisar letras mientras yo tocaba la base de la bamba, cómo me cagué de risa.

En fin, mi guitarra es un imán de borrachos, y nada que hacer...

Yo me río más de lo que me indigno!

Salú,
Jota