jueves, 29 de octubre de 2009

Consideraciones escatológicas

¿Puede usted, oh, amable lector, imaginarse peor horror matinal que despertarse -cara a cara- con un sorete en su almohada? Imagínelo bien, despertarse del más cándido sueño, percibir cierto curioso aroma, y abrir los ojos, justo para encontrar aquello que ni en su peor pesadilla esperaría encontrar compartiendo su almohada.
No, no se preocupen, no me ha ocurrido. Si me hubiese ocurrido probablemente hubiera terminado cuadrapléjico del asco. Y de ahí viene el quid del asunto, el porqué de esta nota. ¿Podría decirme usted, oh, decente humano, por qué razón, motivo o circunstancia le provoca taaanto asco la idea de despertar, abrir los ojos, y encontrar un sorete a un pulgar de su nariz? ¿Por qué le provoca tanta repulsión, a usted, individuo decente y cristiano, el percibir tras sus sentidos las notorias cualidades de una buena mierda -tanto su textura gratinada, como su color tan característico o su contextura de haber sido amasado durante horas? ¡Respóndame por qué! Si esa mierda horas antes estuvo en perfecta comunión con nuestro organismo durante la absorción de sus nutrientes. O, teniendo una regresión más profunda aún, puede ver a ese sorete que flota inerte en el otrora impoluto inodoro, como la deliciosa lasagna que devoró más temprano con afán religioso, mientras felicitaba a su vieja y se relamía los dedos por ella (por la lasagna, no por su vieja).
¿Imaginó usted acaso al comerse esa maravillosa explosión de papilas gustativas, que horas después se convertiría en un sorete? ¿Lo imaginó cuando le aceptó esa porción de tentadora pastafrola a su tía, y la devoró con placer casi sexual? ¿O cuando fue a comer helado con su pareja hablando de amor eterno? ¿Imaginó que todo terminaría en un sorete?
Pero no, no se preocupe, amable lector. Esa deliciosa porción de pizza especial cuatro estaciones que tiene en la mano no se convertirá en un sorete mientras la tiene en la mano, ni menos aún mientras la muerde. Es necesario para que eso ocurra el accionar de nuestros intestinos. Quiéralo o no, tiene usted una fábrica de mierda adentro. Así como lo ve, la comida de hoy, será siempre el sorete de mañana... O de pasado. O pasado pasado, dependiendo siempre de nuestra capacidad metabólica, o de nuestras costumbres diarias... Las mujeres que viven en country van al baño una vez por semana.
Y ahora yo le pregunto: ¿comería usted con tanta satisfacción, con ese placer casi sexual, el asado del domingo si supiera que se va a convertir en un sorete? ¿Se volvería loco por un asado de tira si se pone a pensar en la performance del ulterior sorete que saldrá en consecuencia? ¿Si imagina usted disfrutar ese asado si mientras lo come siente ese olorcito a sorete que anuncia el bombardeo de topos submarinos, mientras usted hace toda la fuerza posible para liquidar el asunto antes de que terminen las propagandas de Talento Argentino? ¿Piensa al comer un delicioso flan con dulce de leche, en el sorete que horas más tarde verá girar sobre su eje en las turbias aguas del inodoro, como indeciso por saber si quedarse o irse por el caño, a reunirse con sus compañeros soretes en soretelandia? ¿Acaso se lo imagina? ¿Acaso disfrutaría su comida con esas consideraciones escatológicas?
Pues bien, todo esto nos deja una importante moraleja: Nunca coma más de lo que pueda cagar.

Joan M. Machado