jueves, 29 de mayo de 2008

Segundo bloggeo...

Hoy se supone que tenía que aparecer con algo nuevo...

Es como cuando sos niño, llegás a la escuela, y te das cuenta de que te olvidaste la tarea. -Evoco a esa idea en esa temprana época, porque quiero dejar en claro lo inocente y primordial de esa sensación-...

Es que existe cierto de condena en comenzar algo. Si saludás a alguien un día, esperará que lo saludés mañana, pasado, y pasado pasado también... Si empezás a trabajar en algún lado, sabés que vas a tener que volver y crear rutina. Luchaste por enamorar a esa esquiva chica, y ahora llegás a la conclusión de que tenés obligación hacia ella... Esa condena que digo es la de la constancia. Sabés que si empezás algo, te atás un grillete y si no lo seguís lo arrastrás. Tanto lo buscás que lo hacés parte tuya. Eso que tanto querías es obligación...

Y si algo he aprendido en esto 21 años de vida, es que a la gente en general le molesta todo lo que es obligación, por más que aquello, lo que sea, en otro momento les hubiera gustado.

Y en muchos casos esto es una prueba decisiva para ver qué tipo de personas somos. El más idiota en general se asusta con ese panorama. Se da cuenta de su obligación y quiere huir. Pero no sabe que cuando creamos lazos nos estamos metiendo en una enorme trama, y que si salimos corriendo distorsionamos todo y hacemos caer a todos los que nos rodean, y, encima de todo, nos damos cuenta que, tan metidos como estamos, no podemos huir sin perder un poco de nosotros... Sin cierto dolor.

Con qué gusto, el puro de corazón, aceptará la obligación que significa tener todo lo que desea, todo aquello que hará feliz su paso de equilibrista sobre su bonita línea de tiempo. Sabrá que si quiere recibir gratitud, que hace tan feliz a todos, deberá devolverla. Que si quiere su sueldo deberá trabajar. Y que si quiere que su pareja lo acaricie deberá acariciarla a su vez.

En fin, toda persona que inicia una empresa sabe que quedará encadenado a ella (y es el secreto para escribir una buena historia) y que quedan dos opciones a seguir: o dejarse arrastrar y sufrir al querer desligarse, entorpeciéndose a uno mismo y a todo alrededor, o bien salir al paso y hacer por propia voluntad y con diligencia aquello que deberá hacer de todas formas...

En conclusión necesaria: Estoy escribiendo esta seguna entrada a este blog -que surgió de la nada, cual la vida, que en todas sus formas se devana en encontrarse un sentido- solo porque no podía dejarlo abandonado sin dejar abandonada una idea de mí mismo, inconstante y condenado, eterno problemático, que de tanto pensar me hago viejo.

Y para que no piensen que llegaron hasta acá para leer mis pseudo profundas catársis les dejo un cuento infantil que hace un tiempo escribí, en busca de una sonrisa de niñez...

El gusano enamorado

Había sido un duro Invierno bajo la tierra, y el gusano Archivald Bradley salía a la superficie, impulsado por los aromas de la Primavera.

Sus compañeros gusanos, constantemente, le habían comentado sobre la belleza de las gusanas que vivían en la superficie, y él estaba ansioso por verlas.


–¡Gusanas! –gritó Archivald– ¡Aquí estoy! ¡No se escondan!

Tímidamente, de la tierra, empezaron a emerger las más bellas gusanas de seda que nunca hubieran visto los ojos de un gusano. Pero el gusano Archivald Bradley ya no se fijaba en ellas.

Había visto una gusana que había cambiado su concepción de la belleza gusanil. Enrollada en una extraña vivienda hecha de lo que parecía ser cuero, al pie de lo que parecía ser un flaco árbol cubierto de tela, una gusana larga, delgada y curvilínea, de color negro azabache, parecía guiñarle un ojo.


El corazón de Archivald redoblaba de emoción. Empezó a serpentear lo más rápido que podía para acercarse a ella pero...

–¡Horror!

La extraña viviendo de cuero se había levantado del suelo, llevándose consigo el árbol de tela y... la gusana.

Con increíble rapidez, la forma de cuero se alejo, y a la lejanía, el aterrado gusano pudo darse cuenta que eran dos casas de cuero. Ambas con un árbol de tela ¡y ambas con una gusana morocha!


–¿Serán gemelas? –se preguntó a sí mismo Archivald– ¡Ambas son igual de bellas! Pero yo me enamoré de la de la derecha...

Archivald instantáneamente se olvidó de su propio debate, porque se dio cuenta que ambas gusanas, en sus casas de cuero lustrado con sus sendos árboles de tela, estaban cada vez más lejos.

¡Qué extraña forma de transportarse que tenían aquellas gusanas! ¿Serían esas casa de cuero algún extraño vehículo? ¿O serían...?


–¡Oh, no! ¡Esas cosas de cuero lustrado deben ser monstruos rapaces! ¡Y están raptando a las gusanas!

El valiente Archivald Bradley comenzó a arrastrarse frenéticamente por el piso, con un solo pensamiento en la mente: Salvar a las dos gusanas de aquellos monstruos de cuero lustrado. Una gota de sudor apareció en su frente de gusano, y Archivald se asustó. Si seguía sudando se deshidrataría. Pero ya casi alcanzaba a aquellos malvados monstruos de cuero...

Estaba cada vez más cerca...

Hasta que...


–Aaaah! –¡pum! hizo ruido al caer el señor Méndez al suelo– ¿Qué pasó?

Lentamente, con la quijada adolorida, el señor Méndez miró a sus zapatos. Sorprendido vio alejarse, con paso triunfal, a un gusano que se llevaba los cordones de sus zapatos.

FIN

Salú!

Joan

4 comentarios:

Mónica G dijo...

Con todas las probabilidades de equivocarme, creo que uno no deja de hacer algo, o huye despavorido por uno mismo...nada hace por los demás...aún cuando uno crea que lo hace por la estabilidad de los suyos; muy en el fondo está pensando "no voy a quedar como un zapato".
Me gustó tu cuento :)

Joan dijo...

me refería al temor del compromiso... Lo que vos decís es válido, pero no dentro de este tema... Daría para otra entrada ;)

Onirica dijo...

HAAAAAA!!!! QUE TIERNO LO DEL GUSANO!!!!! CHE! DEJA DE COPIARME CON MI ARTE CULINARIO!!!!

heguido dijo...

A mí me aterran los compromisos...
Por eso siempre mando a otro a comprarlos.