I
Cuando esto le pasó tenía catorce años y medio. Él es el único que lo recordaba. Si lo llegaba a olvidar se perdería por siempre.
Según recordaba, era un sujeto de estatura baja, caminada poco elegante, increíblemente torpe; feo, muy feo y sin una gota de carisma. Las peores y más crueles cualidades innatas las tenía y en conjunto parecían aún peores. Él, naturalmente, se desvivía por mejorar lo que pudiera mejorar, pero habían cosas que no estaban a su alcance. Marcas de nacimiento que llevaría por siempre. Que la única solución posible sería nacer de nuevo.
Recordaba muy vívidamente desamores, descartes y desprecios, y cada recuerdo doloroso de aquello que ya no existía se volvía un rencor para recordar al ejercer la nueva línea de tiempo que le había tocado.
Esa tarde había salido increíblemente avergonzado de la escuela. Le había intentado tirar los filos a una compañera y sólo la había alejado más. Preso de la frustración, la tomó del brazo, la acercó a su cuerpo de un tirón, la rodeó con sus manos, y cuando quiso besarla le metió la nariz en el ojo. No debió haber existido ni un solo individuo en esa secundaria que no se hubiera enterado. Por eso fue fortuito ese fenómeno que causó que nadie lo recuerde. Que provocó que nunca pasara. Él recordaba esos catorce años y medio casi sin omisiones, todo muy vívido. Incluso la última caminata en esa vida, en la que iba a su casa, masticando la pésima suerte que le había tocado. Llevaba una angustia encima que lo iba a hacer explotar en cualquier momento, despertando un cierto matiz sociópata en su variable personalidad. Distraído con esos ánimos, vio, de pronto que una forma extraña se le acercó muy rápidamente y le pegó en la frente.
Luz.
Una sensación muy extraña. Muy extraña.
Cuando ya lo vio desde afuera pudo saber que fue un cable de la luz que se había descolgado y lo había electrocutado.
II
Se sintió feo estar muerto... Eso pensó al menos. Pero, si estaba muerto... ¿dónde estaba? Era algo y estaba en alguna parte. Y pensaba. Eso significaba que existía. Y si existía... ¡no era muerte! Pero tampoco vida...
Se empezaron a formar las cosas en su mente. Pasó instantáneamente de estar en esa cruel vereda a estar en una especie de vacío lleno de pantallas a su alrededor que se extendían por un largo corredor. En uno de ellos vio ese final que acabó con sus días aciagos. Miles de pantallas estaban dedicadas a él en ese momento. ¡Qué importante se sintió! Viéndolas, (muy contento, por cierto) notó que habían otras pantallas, provistas de un teclado, mostraban distintas características de su vida y persona. Él, ya que estaba allí, comenzó a modificar uno por uno esos archivos cósmicos sin el menor asco hasta atar el último cabo suelto. Modificó hasta el último detalle que se lo ocurrió para que lo que se mostrara en esas pantallas, y en cualquier otra que copiara la transmisión, fuera el hombre más perfecto y más apto para la supervivencia que haya tocado la tierra, contradiciendo con ésto la condición que lo había estado traumando tantos años. Fue en contra de su complejo.
Quién sabe cuánto tiempo pasó en esos corredores llenos de pantallas que generaban más y más pantallas, pero un día terminó con todas y se topó con una puerta. Por curiosidad insensata, porque se sabía casi-muerto, la abrió y miró por ella: Vio a su madre que estaba a punto de darlo a luz. ¡Eureka! Entonces se dio cuenta de que en el lugar donde estaba no había tiempo, que de alguna manera había quedado al margen de todo y se le estaba dando una nueva oportunidad. Que la única posibilidad de arreglar la desastrosa vida que había llevado hasta entonces era esa: comenzar de nuevo. Y quién sabe quién le estaba dando esa posibilidad.
Pegó un salto y de pronto se descubrió saliendo de su madre para ser recibido por una enfermera que lo miraba con ternura mientras un médico tironeaba su cordón umbilical con una tijerita sin filo.
Creció de nuevo viendo maravillado como, esta vez, era el bebé más hermoso, el pibe más lindo, el joven más apuesto. El mejor en todo. El más hábil. El más inteligente. Todas esas cosas que él había estado arreglando en aquel extraño corredor lleno de pantallas se estaban cumpliendo. Disfrutó dándose el gusto de ver que las chicas lo desearan. Se evitó pasar el mal trago de ser rechazado por esa muchacha a la que, en el tiempo que no existe, le metería una prominente nariz en el ojo. Esta vez no tenía la torpeza, no tenía esa prominente nariz y no tenía que luchar por la falta de cariño. Teniendo la posibilidad de elegir, eligió a otra mejor que se dejó llevar sin queja.
Siguió con una vida envidiable años y años, y todo lo que hacía lo hacía en base de lo que ya había hecho mal. Tenía rencores de cosas que nunca habían ocurrido, que solo le habían ocurrido a él, y se sentía superior, por ser el único que lo sabía, y por ser el único con ese privilegio. Todo le parecía perfecto.
III
Todo le parecía perfecto hasta que le llegaron los cincuenta. Hasta que comenzaron a aparecer ciertos signos inevitables de tiempo. Canas. Arrugas. Dolores... Vejez. Al instante reflexionó y recordó que a ese asunto no le prestó atención. ¡Estuvo en esos corredores y no le prestó atención! Tendría que haber elegido longevidad, ríos de telomerasa, una ancianidad de rosa eterna, que envidiaría Dorian Grey, pero en esa época no conocía nada de eso. Estaba envejeciendo y le parecía inconcebible.
Luego de meditarlo durante varios días, decidió que si solucionó ya una vez algo innato, podía volver a hacerlo. Se encargó de recrear la escena del cable de alta tensión y de golpearlo contra su frente.
* * *
Salió en los diarios, en la televisión, en la radio. Una de las personas más queridas del país se había suicidado con un cable de alta tensión al parecer sin razón alguna. Lloraron espécimenes de todas los géneros y edades. Era incomprensible y había dejado un gran hueco en un mundo. Nadie supo por qué.
Y él que pensó “... tontos”...
Ninguno de ellos podía saber que ya le había ido bien una vez. Ninguno pudo saber de aquel hecho que ocurrió anulándose a sí mismo y a todo un pasado. Era una genialidad que solo él sabía. De esas cosas que solo se saben por golpes de suerte.
Pero a él no se le ocurrió pensar en ningún momento que, en general, esas cosas no se repiten dos veces.
Por eso, dentro de esa cáscara carbonizada, esta vez fue el sin retorno.
FIN