viernes, 20 de junio de 2008

La esquina de los castigos

En el barrio Cadore hay una esquina que sobrepasa las expectativas de los más formales pasajeros. Formada por la calle Jenner y Cochabamba, esta esquina tiene algo de frío y algo de gris. Tiene un arco que la enmarca, que no es de piedra ni de hierro: Son dos árboles desgarbados, deformes por su propio peso, que entrelazan sus ramas y otorgan un módico e inútil techo.

Esta esquina, donde ocurren cosas bastante curiosas, ha sido apodada por los vecinos como "La esquina del castigo" o "la esquina de la vengaza".

Según se cuenta, esta esquina tiene la particularidad de conocer todos los secretos y todas las deshonras cometidas por todo aquel que descanse bajo su arco. Si robaste un chicle de un kiosco, o te apropiaste de las monedas que algún bolsillo resfriado abandonó en suerte en un asiento de micro, pudiendo devolverlas, la esquina lo sabe. Los ladrones y los idiotas más prepotentes, han aprendido a temerle, como nunca han temido antes a ninguna moral o a ninguna autoridad. La esquina desnuda sus almas, y les recuerda que todas sus fechorías y delitos están mal.

Y que el mal se paga.

La esquina del castigo, como se infiere por el título, no solo se limita a saberlo todo, sinó también a castigar de diversas formas las maldades de sus pasajeros. Cierto es que es una esquina justa, no como falsas esquinas del castigo, en barrios como El Unimev o La Madera, que en vez de juzgar la perversidad de un hombre, juzgan acciones antiestéticas, como meterse el dedo en la nariz, o acomodarse la entrepierna.

La esquina de Jenner y Cochabamba conoce la corrupción de las mentes, y sabe bien que una mente corrupta rara vez se corrompe sin ayuda de su propietario. Sus sentencias varían, y ya todos los vecinos de la zona saben que, dependiendo de qué tan grande haya sido el delito, tan terrible será la pena que la entidad angular disponga.

Se sabe, por las vecinas del barrio, la historia de un conocido bandido y asesino del Cadore, que huyendo tras haber anulado a una presa, fue víctima del 102 que volvía al control, doblando la esquina del castigo.

Cuentan también la historia de Doña Elba, la tuerta, que era aficionada a espiar por los ojos de buey de las puertas o por las ventanas, las disputas familiares de casas vecinas, o los turbios amoríos de los jóvenes del barrio. Una mañana, esperando el 125, para ir a la casa de su hermana, una rama le sacó el ojo, bajo el arco de la Esquina de la Venganza.

El Poroto era un pibe canchero en el barrio, que tenía la desagradable costumbre de orinar en la vía pública, arruinando permanentemente tanto paredes, puertas, plantas como árboles. Los vecinos no soportaban el penetrante olor a amoniaco de su orina, y más de una vecina desarrolló problemas de respiración en consecuencia. Al Poroto nunca le importó, porque prefería no esperar a llegar al baño. Decía que arruinaba la próstata. Una noche, esperando a un amigo en la esquina de Jenner y Cochabamba, se le ocurrió descargar sus fluídos renales en uno de los árboles. Le costó caro. Los árboles de la esquina del castigo son famosos por su fauna imposible, y una viuda negra encontró un blanco perfecto en aquel objeto que inundaba su morada. El Poroto sobrevivió, pero desde entonces solo orina sentado.

Son muchas las historias que se cuentan acerca de esta esquina, pero, por desgracia o por fortuna, nadie se ha molestado nunca en glosarlas. La presencia justiciera de su arco es una realidad, aunque los vecinos más juiciosos lo nieguen, y los justos saben que en ella encontrarán protección, tanto como los rufianes encontrarán la consecuencia de sus actos.

Nadie sabe su origen, ni el porqué de su actitud. Algunos quieren creer en un alma en pena, encerrada en el arco de árboles, buscando venganza por su muerte a manos de rufianes. Otros simplemente piensan que es una de las formas de regulación del universo, una de tantas defensas contra la maldad del mundo.

Sea lo que sea, su juicio es implacable. Piénsenlo bien antes de cobijarse en su sombra, porque solo el más justo de los justos podrá permanecer en ella y abandonarla en paz. Al resto, nos condena nuestra humanidad.

Salú,
Jota

2 comentarios:

Talambala 1 dijo...

*se sienta*

cierto, estoy en el mostrador del hotel...

Mendoza es mi primer lugar para ir a vacacionar, si lo logro, quiero conocer esa esquina...

Saludos desde mardel, del hermanito de Onirica.

Joan dijo...

Salú, y gracias por ser el único en leer mi texto!