sábado, 7 de junio de 2008

Bien, otro cuento mío...

"María" es uno de esos cuentos en los que represento la depresión total del que no tiene nada. Absolutamente nada. El tipo que va por la vida rogando por una persona que lo quiera, y que cuando le cae alguien del cielo, ofreciéndole la mano, el tipo le pide el culo. Es que suele pasar que muchas veces hay personas que están solas por idiotas. Porque dicen "ay, soy feo y nadie me podría querer" y se vuelven arrastrados plañideros, mientras que existen miles de personas feas -hombres y mujeres- que como tienen toda la onda y buena leche, los quiere medio mundo. Pero estos tipos (los que están solos por idiotas) culparán al cielo, a Dios (si creen en él), a la vida, a la gente, y hasta querrán ser genios del mal de tan resentidos con todo que están.
En "María" traté un personaje de ese estilo, pero lo desarrollé a partir de un dios que actúa como él imagina que actuaría. Un dios que le dice todas esas barbaridades que él necesita que le digan para que se las tire de mártir.

Pues bien, el cuento que les dejo ahora -"El Fantasma Flamenco"- trata, por el contrario, la imagen de un ganador total, de un tipo que nació con el instinto tan bien puesto, con el logro tan sobre el pito, que todo a su alrededor le importa un huevo. Un tipo que juega con todos porque los encanta con toda facilidad. Un tipo ganador total, pero una mierda.

Pero no digo más, léanlo:

El Fantasma Flamenco

Eran algo así como las cuatro de la mañana. Dadas las circunstancias, el fantasma Flamenco no lo recuerda bien. Él, que era un prodigio del baile flamenco, y concurría, siendo el alumno modelo y más adelantado, a la escuela de danzas flamencas más renombrada de la Argentina, “Patas de la Hostia”, había creído que ninguna hora sería demasiado tarde si él deseaba transitarla. Y, siguiendo sus propios preceptos, se sintió en total libertad de irse a la casa de una de sus condiscípulas a copular, como solía hacerlo al menos seis noches a la semana. Ninguna chica se le resistía. siendo tan buen mozo y tan talentoso en cuanto al baile. Y él… él no se hacía rogar.

Habiendo salido de clases a las ocho de la tarde, y contando con que el viaje a la casa de la muchacha no pudo llevarle más de diez minutos, se podría haber dicho que la jornada había sido un completo éxito: estaba volviendo a casa a las cuatro de la mañana, habiendo logrado desprenderse del romanticismo que implicaba quedarse a dormir, lo que le aseguraba cero compromiso si mañana quería salir con otra.

Y ése hubiera sido el análisis perfecto, si uno no tomase en cuenta que, a las cuatro y cinco minutos de esa espléndida noche, se encontró en una calle obscura y poco transitada con, si no me falla el cálculo, por lo menos quince sujetos de mal haber, bastante provistos de una gran variedad de objetos cortantes y armas de fuego. Él, que era tan arrogante, no pudo menos que creer que podría vencerlos a todos, para defender los escasos diez pesos que llevaba en el bolsillo.

Como era de esperar, los malvivientes lo mataron. Y, como era de esperar, se llevaron los diez pesos. Y sus zapatos.

El espectáculo, no por horrible menos sorprendente, atrajo, además de bastantes efectivos de policía, (de esos que no están durante los asesinatos, pero sí a la hora de cuidar los cadáveres del morbo de la gente) la mirada de toda una conmocionada ciudad. No sólo porque había sido un asesinato realmente horrendo (porque solían verse cosas parecidas bastante seguido) sino porque fue él, justamente él, que tenía tanto talento y era tan buen mozo.

¡Pobre! ¡El chiquito que bailaba bailes flamencos! ¡El que había ganado certámenes internacionales! ¡El que era tan buen mozo! Tenía tan sólo veinticinco años… Y también montones de chicas desconsoladas que lo lloraban juntas, olvidando por fin que cada una era la competencia de la otra.

Él, por su parte, a la mañana siguiente, no tubo el menor despacho en despertarse en su propia cama, sin siquiera notar que le faltaba su cuerpo. Obviamente, era tan inverosímil la idea de que pudieran haberlo matado, que no se iba a molestar siquiera en considerarla. Él no lo recordaba porque había sido una noche especialmente agitada, pero estaba completamente seguro de que les había dado su merecido a esos rufianes.

Bien sabemos, los que sabemos lo mínimo e indispensable sobre fantasmas, que, para un fantasma, el tiempo es una nimiedad que no supera sus ansias de seguir, cual ente incorruptible, una vida absolutamente normal. Por esto mismo, El fantasma flamenco, como se lo llamaría con el pasar del tiempo, solía aparecer sólo en sus horarios de mayor actividad, como en las clases, en las reuniones, o en las camas de sus amantes, sin siquiera notar extraño que el resto del tiempo ni siquiera estaba en ningún lado.

Y nuestro fantasma, tan arrogante era, no parecía notar siquiera, que en los momentos en los que era invisible (porque habían momentos en que era invisible) nadie no lo notaba. O bien, que en los momentos en que era visible (porque habían momentos en que era visible, algo transparente y con ligero color) la gente se alejaba de él con absoluto horror.

O sea, como todo fantasma respetable, nuestro fantasma flamenco no tenía la menor idea de que estaba muerto.

Podemos argüir, para explicarlo, dos hipótesis que se complementan bastante bien entre sí. La primera se basa en la mala costumbre de los moribundos de negarse a aceptar que podrían morir. Esta convicción suele ser tan fuerte, que, una vez fantasmas, forjan una estrictísima rutina, que lleva el recorrido por lugares de su vida, como si la continuasen.

La segunda hipótesis es algo más propia a nuestro fantasma en cuestión. Esta otra hipótesis contemplaría la vacía vida que tuvo el espectro cuando la tuvo, moviéndose por inercia, por impulsos, por placer. Si una y otra vez el muchacho encontraba más de lo mismo, no necesitaba ni de un cuerpo, ni de su vida, ni de toda esa gente que tanto lo quería, para poder predecir lo que ocurriría al día siguiente. Esta teoría contempla que nuestro fantasma había dejado de percibir su vida desde mucho antes de haber muerto, repitiendo una y otra vez lo que ya había hecho, y afanándose una y otra vez por glorias pasadas, sin siquiera darse cuenta.

Por lo tanto, el determinar como un antes y un después, en su vida paranormal, la pérdida total de su cuerpo, es una mera formalidad.

Fin

9 comentarios:

capitanfla dijo...

Loco, te fuiste al carajo y a la mismísima mierda.

Que buen cuento.


Demasiado bueno.

Leolopher dijo...

Muy bueno... me encanta el dramatismo que genera.

Es bastante fuerte.

Mi profesora de literatura te recomendaría un psicologo.

Mónica G dijo...

...la tercera hipótesis es que jamás murió y que fue un sueño colectivo
...la cuarta hipótesis es que tú eres el fantasma flamenco, sólo que ni bailas ni tienes tanto éxito con todos (¿o sí?)
Dejo de hablar carreta a la cuenta de 3
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3!

Joan dijo...

Uno me dice que me fui a la mierda, otro que necesito un psicólogo, y otra que soy un muerto...

¿Al final les gustó o no???

me parece que me voy a inhibir con esto :(

capitanfla dijo...

Si que me gustó.


Espero el próximo.

Mónica G dijo...

No jodás!
Si a la gente no le hubiera gustado, ni te comentaba, porque es jarto leer entradas largas en un blog
(para mí, por lo menos)

Pero bueno, ahí va para tu ego a la cuenta de 3 también
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ME GUSTÓ.

Joan dijo...

Bueno, les prometo otro cuento dentro de unos días...

Más corto :P

Salú!
Jota

Leolopher dijo...

Cuack! el cuento esta espectacular, igual que el de María; no creas que te mando a un psicologo, yo escribo poemas y por un amigo llegó uno a manos de mi profesora de Literatura; le pidio su opinion y la vieja le recomendó que el autor visitara un psicologo. era muy trágico jejejeje.

Minga! si la loca borracha era ella...

Espero el proximo cuento.

ah por cierto, por Derechos de Autor, llegué a una pagina http://www2.jus.gov.ar/minjus/ssjyal/Autor/default.htm, mandé un mail y espero respuesta, te aviso cualquier cosa.

Saludos!

Joan dijo...

Chísimas gracias, Cato!