miércoles, 25 de junio de 2008

La gente es boluda y se ofende de nada, insulta, y eso me deja el humor por las pelotas.

Prometo empezar a putear más gente para no quedarme con la bronca cuando aparezca alguien idiota que se ofenda de nada, insulte y me deje con el humor por las pelotas.

Salú!
Joan

Y feliz año nuevo!

domingo, 22 de junio de 2008

Abandono blog

Ya me aburrió.

Salú,
Jota

viernes, 20 de junio de 2008

La esquina de los castigos

En el barrio Cadore hay una esquina que sobrepasa las expectativas de los más formales pasajeros. Formada por la calle Jenner y Cochabamba, esta esquina tiene algo de frío y algo de gris. Tiene un arco que la enmarca, que no es de piedra ni de hierro: Son dos árboles desgarbados, deformes por su propio peso, que entrelazan sus ramas y otorgan un módico e inútil techo.

Esta esquina, donde ocurren cosas bastante curiosas, ha sido apodada por los vecinos como "La esquina del castigo" o "la esquina de la vengaza".

Según se cuenta, esta esquina tiene la particularidad de conocer todos los secretos y todas las deshonras cometidas por todo aquel que descanse bajo su arco. Si robaste un chicle de un kiosco, o te apropiaste de las monedas que algún bolsillo resfriado abandonó en suerte en un asiento de micro, pudiendo devolverlas, la esquina lo sabe. Los ladrones y los idiotas más prepotentes, han aprendido a temerle, como nunca han temido antes a ninguna moral o a ninguna autoridad. La esquina desnuda sus almas, y les recuerda que todas sus fechorías y delitos están mal.

Y que el mal se paga.

La esquina del castigo, como se infiere por el título, no solo se limita a saberlo todo, sinó también a castigar de diversas formas las maldades de sus pasajeros. Cierto es que es una esquina justa, no como falsas esquinas del castigo, en barrios como El Unimev o La Madera, que en vez de juzgar la perversidad de un hombre, juzgan acciones antiestéticas, como meterse el dedo en la nariz, o acomodarse la entrepierna.

La esquina de Jenner y Cochabamba conoce la corrupción de las mentes, y sabe bien que una mente corrupta rara vez se corrompe sin ayuda de su propietario. Sus sentencias varían, y ya todos los vecinos de la zona saben que, dependiendo de qué tan grande haya sido el delito, tan terrible será la pena que la entidad angular disponga.

Se sabe, por las vecinas del barrio, la historia de un conocido bandido y asesino del Cadore, que huyendo tras haber anulado a una presa, fue víctima del 102 que volvía al control, doblando la esquina del castigo.

Cuentan también la historia de Doña Elba, la tuerta, que era aficionada a espiar por los ojos de buey de las puertas o por las ventanas, las disputas familiares de casas vecinas, o los turbios amoríos de los jóvenes del barrio. Una mañana, esperando el 125, para ir a la casa de su hermana, una rama le sacó el ojo, bajo el arco de la Esquina de la Venganza.

El Poroto era un pibe canchero en el barrio, que tenía la desagradable costumbre de orinar en la vía pública, arruinando permanentemente tanto paredes, puertas, plantas como árboles. Los vecinos no soportaban el penetrante olor a amoniaco de su orina, y más de una vecina desarrolló problemas de respiración en consecuencia. Al Poroto nunca le importó, porque prefería no esperar a llegar al baño. Decía que arruinaba la próstata. Una noche, esperando a un amigo en la esquina de Jenner y Cochabamba, se le ocurrió descargar sus fluídos renales en uno de los árboles. Le costó caro. Los árboles de la esquina del castigo son famosos por su fauna imposible, y una viuda negra encontró un blanco perfecto en aquel objeto que inundaba su morada. El Poroto sobrevivió, pero desde entonces solo orina sentado.

Son muchas las historias que se cuentan acerca de esta esquina, pero, por desgracia o por fortuna, nadie se ha molestado nunca en glosarlas. La presencia justiciera de su arco es una realidad, aunque los vecinos más juiciosos lo nieguen, y los justos saben que en ella encontrarán protección, tanto como los rufianes encontrarán la consecuencia de sus actos.

Nadie sabe su origen, ni el porqué de su actitud. Algunos quieren creer en un alma en pena, encerrada en el arco de árboles, buscando venganza por su muerte a manos de rufianes. Otros simplemente piensan que es una de las formas de regulación del universo, una de tantas defensas contra la maldad del mundo.

Sea lo que sea, su juicio es implacable. Piénsenlo bien antes de cobijarse en su sombra, porque solo el más justo de los justos podrá permanecer en ella y abandonarla en paz. Al resto, nos condena nuestra humanidad.

Salú,
Jota

jueves, 19 de junio de 2008

Nuevo Look 2.0

Recortando un poco la barbita y el bigote... Si me saco la barbita quedo como el Loco Chávez (el de Trillo-Altuna, no el president loco)

miércoles, 18 de junio de 2008

Nuevo Look

Tal vez dure un solo día...



martes, 17 de junio de 2008

Fotos de la juntada Blogger!

http://www.flickr.com/photos/27762339@N07/

Una entrada giratoria

El viajero Cartaphilus fue inmortal. Vivió más de lo que debía y se dio cuenta de que por algo eso era inconcebible. Y luego de serlo todo quiso morir. Llegaría el momento en el que ni la lluvia podría despertarlo.

Luego de jugar con las armonías y encontrar bellezas que halagan al instinto, el paso siguiente es jugar con la disonancia. Las combinaciones de siete notas son muchísimas, y tras desechar la mayoría en nombre de la armonía, de sonidos que vibran como uno, se empiezan a rescatar sonidos que se oponen y chillan, en pos de creer que no se ha acabado.

La vida es una y corta, porque no por siempre se podrá jugar con algo nuevo. Todo será viejo y todo se habrá inventado algún día. Pero la muerte deja que se renueve un poco la cosa, y que en su turno, el nuevo que llegue disfrute, hasta que tenga que entregar su lugarcito al siguiente que venga.

Si todos moriremos algún día ¿vale la pena quejarnos de que no hacemos lo que queremos, o de que las armonías son viejas y las disonancias son feas?

Si hay que hacer algo para hacer nuestro a nuestro tiempo hagámoslo, pero golpear una cacerola no va a cambiar nada.

El matrimonio de site come de los cincuenta que nos gobierna para la mona sabe que hay oligarcas en el campo que se aprovechan del pueblo y tienen poder. Entonces el matrimonio se entera que aparece un nuevo consumo que le va a dar más poder todavía, y quiere hacer algo, no por el pueblo sinó porque esa rosca que se viene es muy buena para dejarla pasar. Entonces, por no dar nombres para que parezca que no es algo personal en contra de los oligarcas, se carga a los oligarcas Y a los pobres pequeños emprendedores que intentan vivir del campo. Eso genera odio de parte del pueblo y los oligarcas aprovechan para poner al pueblo en contra del matrimonio porque el matrimonio les quiso quitar la soja.

¿Somos boludos que nos metemos a luchar entre nosotros por un matrimonio infame y mentiroso, y por unos oligarcas mafiosos? ¿Luchamos porque tenemos hambre o porque queremos ser parte de algo?

Yo quiero luchar por el que tiene que vivir bajo un techo de lata. Por el que anda por el centro con una caja y todas sus pertenencias a cuestas, calentando una tetera en medio de la vereda de la San Martín, porque no tiene dónde quedarse. Yo quiero luchar por la dignidad de los que trabajan, y por los derechos que se le niegan.

En el puterío entre la pampa húmeda y los K no quiero tomar partido ni por uno ni por otro. Yo quiero que los dos se vayan al rincón y recuerden que viven por y gracias al pueblo. Y que jugando como juegan por más poder solo están destrozándonos y dejando un país inviable.

Y todos se pelean por partidismos...

Salud,
Joan

domingo, 15 de junio de 2008

Plim!

Creo que les venía debiendo una nueva entrada desde hace unos días... Bueno, verán. Con presión suele hacerse difícil escribir, y estos últimos días han sido a puro nervio por aquí. Estoy en un condenado vilo sin saber qué cuernos va a pasar con mi trabajo. En la ignomia total esperando algún dato para saber qué cuernos es de mi salud. En una cosmogonía social sin saber por qué se me hace más difícil que nunca relacionarme con la gente. Y por si fuera poco... con el frío no me da ganas de teclear :P

Bien. ¿Qué tengo para contar? Vengo de dibujar en un cumpleaños de quince y debo decir que me gané el pago. Más que conforme quedaron todos con mi trabajo, pero, sobre todo, yo me quedé absolutamente satisfecho. Aunque, eso sí, creo que me estoy mereciendo unas buenas horas de sueño. La juntada de bloggers me desequilibró los horarios, a tal punto que me parece normal estar escribiendo una entrada a las seis y cuarenta y tres de la mañana después de no haber dormido en toda la noche. Y haber dormido toda la mañana y la siesta me dejó los huesos bastante resentidos.

¡Pero en fin! Haber ganado docientos pesos en una noche me devuelve el ánimo, y la juntada de los bloggers estuvo muy buena. Conocí gente muy copada, me divertí bastante y hasta creo que, en algún momento, me reí.

Y podría hacer una semblanza más justa para una noche tan genial como la del viernes, con gente tan simpática, pero hasta acá me llegó el combustible: si escribo más me quedo dormido en este condenado cyber que me protege de la dura y fría madrugada.

¡Así que adéu!

Y salú,
Jota

jueves, 12 de junio de 2008

Trabajo práctico para la facu...

El profesor de comprensión lectora, un individuo muy irregular en una etapa post-hippie, que se ríe muy fuerte y si lo mirás fijo se pone nervioso, nos hizo leer un cuento de Roberto Alrt, "Una noche terrible" para ver si con tan complicada prosa podíamos entender la trama.

Bien, yo pude, otros dos o tres también, pero la mayoría del curso se asustó al ver muchas letritas juntas y se entregó al jolgorio en tiempo de clases.

Hacia la mitad de la clase, el profesor encomendó redactar un cuento corto que prosiguiera desde el final del cuento de este señor Arlt. Para el final, yo tenía este escrito pero no me lo aceptó porque hay que presentarlo en computadora. Hay que ver si cuando lo lee le gusta, o encuentra en él un delirio paranoico y se tira por la ventana...

He aquí mi cuento, redactado en veinte minutos:

Ricardo camino al registro civil

La luz entraba sucia, a través de las pequeñas y mugrientas ventanas de las oficinas del registro civil. El sol no se atrevía a entrar de lleno, pero los pequeños hilitos de cobre que se colaban entre las manchas de hollín de las ventanas, le quemaba los ojos. Ricardo no había dormido prácticamente en toda la noche.

Le parecía irreal la imagen de Julia. Allí estaba: Feliz, radiante, altiva, a su lado. Después de las largas y horribles conjeturas que experimentó dentro de su mente, en las horas más oscuras, no podía concebir que todas esas personas que tenía a su alrededor estuvieran allí, mirándolo sonrientes. Toda esa noche había imaginado cómo sería la situación. Cómo tomaría Julia cuando él no se presentase esa mañana tan importante. Cómo lo tomarían sus familiares. Cómo lo tomaría la sociedad. Sería como haber cometido un crimen.

Después de haber pasado toda la noche en vela para encontrar todas las justificaciones posibles para su fechoría, no lograba entender qué hacía allí, a punto de casarse. Ya iba camino al andén, a su autoexilio, cuando el súbito recuerdo de los regalos, -los felices regalos de boda, que a su manera proyectaban todo un futuro- lo hizo devolverse al punto de partida. Y elegió la opción descartada.

Y ahí estaba.

Allí, en el registro civil, lo recibió Julia, que no daba en sí de alegría, y su familia –y el amigo boxeador- que no parecían entender por qué el recién llegado tenía el semblante de un cadáver. Bueno, una noche entera sin dormir, y la enferma tortura de intentar correr hacia el abismo de su inmensa fechoría, justificaban ese aspecto perfectamente… pero él no podía contárselos… Ni siquiera en broma.

Luego de esa noche, Ricardo ya no confiaba. No confiaba en Julia, presunta virgen. Estaba resentido con el hermano y el amigo boxeador, porque él sabía que, de no ir, lo hubieran buscado para matarlo, con un revólver automático calibre cuarenta y cinco. La madre siempre fue un factor de alerta. Y los hipócritas del registro civil… ¡bien que pensaban hablar mal de él!

En su mente cansada estas variables se acentuaban cada vez más. Pero ya no tenía oportunidad de huir… Si se hubiera sentado a pensar un segundo más, tal vez habría pensado en qué medio había decidido vivir. Pero no… él… pensando en los regalos…

-¡No voy a firmar!

Escuchó la voz y la sintió venir de muy lejos, a pesar de que había salido de su boca.

-No voy a firmar –repitió – No puedo vivir entre personas que no me fían –continuó, mirando con severidad a la concurrencia, que le devolvía la mirada atónita – y no pienso seguir un segundo más entre ustedes… Adiós.

Y se dirigió a la puerta, tirando la lapicera al piso, mientras le daba la espalda a Julia.

Ya sentía el alivio de su resolución cuando un fuerte golpe lo tiró al suelo. Sintió el ardor y el torso humear… Había olvidado el revólver calibre cuarenta y cinco del hermano.

FIN

martes, 10 de junio de 2008

Imperdible

Este test que les dejo acá es verdaderamente un cago de risa, favor de hacer click en el link a continuación, rellenar el formulario y reírse a carcajadas y horcajadas del resultado que les va a mostrar!!!

http://www.lovecalculator.es/quiz/es/3470260/free

Espero que poner estos jueguitos tontos no mine mi credibilidad entre ustedes :P

Salú!
Joan

lunes, 9 de junio de 2008

Noche de sábado, en el bar, con mi mejor amigo y... Félix!

Sábado, doce y cuarto de la noche, Sumística, Salta y Lavalle, en el centro de Mendoza, yo en la puerta preguntando por quién tocaba esa noche y cuánto salía.
"Toca Cambalache y B (complétese con el nombre de la banda cuando me la acuerde), sale seis pesos la entrada y la primer banda es tipo redondos" fue el mensaje que le envié a mi amigo que venía en camino.
"Andá entrando, pagá las dos entradas y yo después te pago".
"No, entro y pago mi entrada y vos cuando llegás pagás la tuya... ¡No creo que te crean si llegás y decís 'no, mi amigo adentro tiene mi entrada' ".
En fin. Entro al bar, pago mi entrada, y me siento en una mesita destartalada que estaba vacía, al lado de lo que parecía ser una turbina de avión que simulaba una estufa, con una enorme flama que iba en contra de todas las leyes de cuidado en un bar.
Espero.
Empieza a tocar la tan mentada banda Cambalache. Definitivamente no eran como los redondos. Definitivamente eran bastante truchos. Eran de esas bandas primerizas que meten todos los sonidos uno encima del otro y no se fijan en componer dejando un espacio a cada sonido.
Mi amigo llega un rato después, paga la entrada, nos saludamos y se sienta al lado mío. Mientras no llegaba, yo me había bajado una coca, por eso, cuando se sentó, yo me levanté para ir al baño. "Fijate si hay una mesa más para allá, ya que vas, porque desde esta no se ve nada." me dice mi amigo.
En el baño (un pequeño recinto con un inodoro tradicional, y un urinario pegado al lado, muy cerca) habían dos tipos usándolo. Yo estaba esperando a que salieran los dos, y llega un tipo con un ENORME Y FEO GRANO EN EL LABIO, a esperar también. Salen los dos tipos y yo entro rápido y cierro la puerta. Estaba abriendo la compuerta de mi cañoncito, cuando el tipo del ENORME Y FEO GRANO EN EL LABIO se metió para aprovechar que había otro migitorio. ¡Se metió en el mismo baño que yo! Tuve que esperar que saliera para hacer algo, porque -maldita inhibición- no puedo deshacerme de los líquidos que están de más si hay alguien cerca mío.

Volví, y en el camino vi que había un tipo pequeño con pinta de bonachón sentado solo en una mesa que bien podía albergar a tres personas. Llegué a mi mesa y le dije a mi amigo que fuéramos, que había una mesa más allá. Cuando llegamos, me acerco al tipo con cara de bonachón, que debía tener unos treinti muchos se estaba tomando una cerveza en solitario, y le pregunto de caradura si nos podemos sentar con él. Dice que sí, y mi amigo y yo procedemos.
Mi amigo le empieza a dar charla, y yo sigo en la mía viendo a la banda, metiendo una frase de cuando en vez. Mi amigo le pregunta "¿Y usted de dónde lo conoce al Joan? ¿de la plaza?", "No, no lo conozco"...
Mi amigo me mira con cara de absoluta sorpresa y se empieza a cagar de la risa. Félix, que así se llamaba el señor de facciones bolivianas y gesto bonachón, se empezó a reír también, y yo, con cara de ingenuidad dije "¿qué tiene?, podemos compartir la mesa con un desconocido, no?". "Obvio" dice Félix, "si acá no es uno de esos bares donde te quieren pegar los vagos si los mirás fijo..."
Así que ahí nos quedamos, compartiendo la mesa con Félix. Después una cerveza, maníes y después una pizza. Félix, para equilibrar, se compró unas papafritas superpicantes (que yo no pude comer por prohibición médica) y otra cerveza (que se supone que tampoco debo poder tomar pero que tomé igual). Se le quejan a la moza -muy bonita, por cierto- de que ellos no le habían pedido tanto picante.
Se sube la segunda banda, B, con unos intrumentos tan finos que no sé por qué no los tocaban con guantes de seda. Unos parlantes enormísimos, pedaleras, guitarras, bajo y batería de lo mejorcito, micrófonos que superan el sonido natural... O sea, no es algo que se compra con lo que uno tiene en el bolsillo.
Tocan el primer tema. Son buenos, tienen calidad... pero menos onda que chupar el caparazón de una tortuga. Efectos grosísimos, sonido espectacular, pero nada más.
Me levanto para ir por segunda vez al baño. Llego y espero. Llega ¡de nuevo! el tipo del ENORME Y FEO GRANO EN EL LABIO. Entro y el tipo entra después que yo. Desenfundo... pero no puedo... Me enojo, me lavo las manos y me voy.
Vuelvo, le cuento al Manu de lo ocurrido y se ríe, para comentar después que lo que le gusta del lugar es que lo dejan reclinarse en la silla. Empezamos a hablar de la banda que queremos formar, de los estilos que queremos meter, y que vamos a empezar como guitarra y bajo nada más, en acústico y valiéndonos de nuestras pobre voces. Félix cuenta que tiene una eléctrica de cuatro pastillas y Manu de su voto para incluirlo en la banda. Yo lo dejo en veremos porque ya tengo un guitarrista grosísimo en mente, que además sabe bocha de música.
Vuelvo al baño (recordarán que la vez anterior no hice nada) y entro y empiezo con lo mío. A mitad de la descarga ¿quién entra? ¡El tipo del ENORME Y FEO GRANO EN EL LABIO! Harto, me subo los lienzos, conciente de que no va a salir nada más por más que lo intente, y me lavo las manos y me voy.
La banda sigue tocando, mientras Manu se atraganta con las papas excesivamente picantes (que yo miro con tristeza) y luego cuenta que cuando venía casi lo asaltan (esta vez de verdad!) pero que evadió a los chorros con astucia. Sigue tocando la banda y nos aburre cada vez más. Me dedico a hacerle ojitos a la moza cada vez que pasa. Ella opta por mirar a otro lado cada vez que pasa. Charlo un poco más con el Manu sobre los posibles nombres de la banda. "Turbina de plástico" y "Pagamos la papa" son los más tentadores, después de "Soda Cáustica" que a él no le gusta.
El líder de la banda aburrida dice estupideces desde el escenario queriendo hacerse el gracioso. Me dan ganas de golpearlo y desde entonces la parte A -Joan- llama a la parte B -el líder de la banda- "el idiota". Manu, me llama la atención, y miro hacia Félix, que duerme con su bonachona cara apoyada por el mentón en su prominente barriga. Nos reímos en silencio y seguimos cruzando los dedos para que el idiota anuncie la última canción.
Voy por cuarta vez al baño y, por fin, orino como Dios (o el ente que elijan) manda.
Para el último anestesiazo de la banda del idiota, la segunda guitarra y el bajo prenden luces (pésimo gusto!) y al final explotan unas bombitas de papel picado. ¡Mansa producción para esa aburrición pastosa!
Los del bar sacan un proyector y ponen videos de Sex Pistol y Manu me cuenta que son los padres ingleses del punk. Félix sigue dormido. Nos vamos aburriendo cada vez más y el Manu empieza a adormecerse por la cerveza. Le digo de irnos a lis fichines. "Son muy jodidos a esta hora (3:45 am)" es su respuesta. "¡Vamos a mi casa!" le digo, "ahí tengo dos guitarras". Manu me recuerda que ya no pasan micros, y cuando le digo de tomar un taxi se niega por considerarlo muy cara.
¡A pata!
Nos ataviamos nuestras camperas, nos despedimos de Félix (despertándolo), pagamos lo que falta, y Manu me detiene de dejar propina diciéndome al oído "no, que se la va a dejar Félix".
Emprendemos el trayecto desde el centro a mi casa en Guaymallén.
Far far away.
Como hora y media de viaje a pata. Charlamos de los asuntos de la banda que aún no existe. Nos reímos de las ocurrencias de Félix. Pasan tres señoritas muy turgentes, y nos admiramos de sus volúmenes, pero instantáneamente, por el grito de una, pasamos de la sorpresa al horror al notar que eran travestis muy disimulados. ¡Por suerte no somos del tipo canchero que sale al levante de lo que encuentra! Me alegré de ser el tipo tímido que solo se arriesga con chicas agradables y con dignidad, y en lugares conocidos, sinó qué papelón para psiquiatras.
Manu toca varios timbres. Lo reto. Después luchamos usando de sable dos tubos de cartón, que se desarman y quedan como nunchacus, y al final se rompen enteros.
Seguimos charlando y especulamos con que mi hermano va a estar en casa con alguna señorita aprovechando mi ausencia, y que me va a odiar por volver a mitad de la nocturna. Volvemos a hablar de la banda y los temas que vamos a ver cuando lleguemos y agarremos las dos guitarras mías.
Manu se queja de lo lejos que queda mi casa.
Queda menos y nos ponemos a hablar de una vieja novia del Manu, que lo dejó por ser muy "bueno" y muy "pegote" y que ahora anda con un tipo que la trata remal pero que a ella debe parecerle todo un hombre. Yo ya no le tengo tanta simpatía como antes le tenía y Manu, muy bueno como siempre, dice que él querría que hubiera continuado la cosa con ella.
Tatatá y tatatá, llegamos nomás. En mi casa está mi hermano dibujando con la estufa al mango. Nos ve y se manda para su pieza, cortésmente molesto. Con el Manu tocamos unos dos temas por la mitad... ¡y se echa a dormir en el sillón de mi casa! Me resigno y me voy a dormir yo también.
A las ocho me despierta para que le abra. Y ahí nos despedimos, y yo, al fin, doy por terminada esa curiosa pero simpática noche de sábado.

FIN

sábado, 7 de junio de 2008

Bien, otro cuento mío...

"María" es uno de esos cuentos en los que represento la depresión total del que no tiene nada. Absolutamente nada. El tipo que va por la vida rogando por una persona que lo quiera, y que cuando le cae alguien del cielo, ofreciéndole la mano, el tipo le pide el culo. Es que suele pasar que muchas veces hay personas que están solas por idiotas. Porque dicen "ay, soy feo y nadie me podría querer" y se vuelven arrastrados plañideros, mientras que existen miles de personas feas -hombres y mujeres- que como tienen toda la onda y buena leche, los quiere medio mundo. Pero estos tipos (los que están solos por idiotas) culparán al cielo, a Dios (si creen en él), a la vida, a la gente, y hasta querrán ser genios del mal de tan resentidos con todo que están.
En "María" traté un personaje de ese estilo, pero lo desarrollé a partir de un dios que actúa como él imagina que actuaría. Un dios que le dice todas esas barbaridades que él necesita que le digan para que se las tire de mártir.

Pues bien, el cuento que les dejo ahora -"El Fantasma Flamenco"- trata, por el contrario, la imagen de un ganador total, de un tipo que nació con el instinto tan bien puesto, con el logro tan sobre el pito, que todo a su alrededor le importa un huevo. Un tipo que juega con todos porque los encanta con toda facilidad. Un tipo ganador total, pero una mierda.

Pero no digo más, léanlo:

El Fantasma Flamenco

Eran algo así como las cuatro de la mañana. Dadas las circunstancias, el fantasma Flamenco no lo recuerda bien. Él, que era un prodigio del baile flamenco, y concurría, siendo el alumno modelo y más adelantado, a la escuela de danzas flamencas más renombrada de la Argentina, “Patas de la Hostia”, había creído que ninguna hora sería demasiado tarde si él deseaba transitarla. Y, siguiendo sus propios preceptos, se sintió en total libertad de irse a la casa de una de sus condiscípulas a copular, como solía hacerlo al menos seis noches a la semana. Ninguna chica se le resistía. siendo tan buen mozo y tan talentoso en cuanto al baile. Y él… él no se hacía rogar.

Habiendo salido de clases a las ocho de la tarde, y contando con que el viaje a la casa de la muchacha no pudo llevarle más de diez minutos, se podría haber dicho que la jornada había sido un completo éxito: estaba volviendo a casa a las cuatro de la mañana, habiendo logrado desprenderse del romanticismo que implicaba quedarse a dormir, lo que le aseguraba cero compromiso si mañana quería salir con otra.

Y ése hubiera sido el análisis perfecto, si uno no tomase en cuenta que, a las cuatro y cinco minutos de esa espléndida noche, se encontró en una calle obscura y poco transitada con, si no me falla el cálculo, por lo menos quince sujetos de mal haber, bastante provistos de una gran variedad de objetos cortantes y armas de fuego. Él, que era tan arrogante, no pudo menos que creer que podría vencerlos a todos, para defender los escasos diez pesos que llevaba en el bolsillo.

Como era de esperar, los malvivientes lo mataron. Y, como era de esperar, se llevaron los diez pesos. Y sus zapatos.

El espectáculo, no por horrible menos sorprendente, atrajo, además de bastantes efectivos de policía, (de esos que no están durante los asesinatos, pero sí a la hora de cuidar los cadáveres del morbo de la gente) la mirada de toda una conmocionada ciudad. No sólo porque había sido un asesinato realmente horrendo (porque solían verse cosas parecidas bastante seguido) sino porque fue él, justamente él, que tenía tanto talento y era tan buen mozo.

¡Pobre! ¡El chiquito que bailaba bailes flamencos! ¡El que había ganado certámenes internacionales! ¡El que era tan buen mozo! Tenía tan sólo veinticinco años… Y también montones de chicas desconsoladas que lo lloraban juntas, olvidando por fin que cada una era la competencia de la otra.

Él, por su parte, a la mañana siguiente, no tubo el menor despacho en despertarse en su propia cama, sin siquiera notar que le faltaba su cuerpo. Obviamente, era tan inverosímil la idea de que pudieran haberlo matado, que no se iba a molestar siquiera en considerarla. Él no lo recordaba porque había sido una noche especialmente agitada, pero estaba completamente seguro de que les había dado su merecido a esos rufianes.

Bien sabemos, los que sabemos lo mínimo e indispensable sobre fantasmas, que, para un fantasma, el tiempo es una nimiedad que no supera sus ansias de seguir, cual ente incorruptible, una vida absolutamente normal. Por esto mismo, El fantasma flamenco, como se lo llamaría con el pasar del tiempo, solía aparecer sólo en sus horarios de mayor actividad, como en las clases, en las reuniones, o en las camas de sus amantes, sin siquiera notar extraño que el resto del tiempo ni siquiera estaba en ningún lado.

Y nuestro fantasma, tan arrogante era, no parecía notar siquiera, que en los momentos en los que era invisible (porque habían momentos en que era invisible) nadie no lo notaba. O bien, que en los momentos en que era visible (porque habían momentos en que era visible, algo transparente y con ligero color) la gente se alejaba de él con absoluto horror.

O sea, como todo fantasma respetable, nuestro fantasma flamenco no tenía la menor idea de que estaba muerto.

Podemos argüir, para explicarlo, dos hipótesis que se complementan bastante bien entre sí. La primera se basa en la mala costumbre de los moribundos de negarse a aceptar que podrían morir. Esta convicción suele ser tan fuerte, que, una vez fantasmas, forjan una estrictísima rutina, que lleva el recorrido por lugares de su vida, como si la continuasen.

La segunda hipótesis es algo más propia a nuestro fantasma en cuestión. Esta otra hipótesis contemplaría la vacía vida que tuvo el espectro cuando la tuvo, moviéndose por inercia, por impulsos, por placer. Si una y otra vez el muchacho encontraba más de lo mismo, no necesitaba ni de un cuerpo, ni de su vida, ni de toda esa gente que tanto lo quería, para poder predecir lo que ocurriría al día siguiente. Esta teoría contempla que nuestro fantasma había dejado de percibir su vida desde mucho antes de haber muerto, repitiendo una y otra vez lo que ya había hecho, y afanándose una y otra vez por glorias pasadas, sin siquiera darse cuenta.

Por lo tanto, el determinar como un antes y un después, en su vida paranormal, la pérdida total de su cuerpo, es una mera formalidad.

Fin

viernes, 6 de junio de 2008

María

¿Serías capaz de quejarte, muchacho despreciable, idiota e inservible, por haberla perdido?
Bien sabías, desde el principio, que todo intento sería fútil si hubieras querido conquistarla. Entonces ¿no deberías haberte conformado, siquiera, con haberla conocido? ¿No deberías sentirte realmente realizado con el sólo hecho de que te haya dejado considerarla tu amiga?
Realmente, chico imbécil, debería darte vergüenza. Deberías sentirte el peor despojo habido y por haber si sientes el menor rencor contra ella. Deberías comprender, antes que nada, que ella, como todos los seres del universo, no te debía nada. Ni cinco. Y también sería conveniente que estuvieras agradecido. Si bien ella formaba parte de la humanidad, decidió no seguir aquel impulso instintivo y natural que lleva a toda la comunidad, no sin razón, a odiarte. ¡Cómo puedes ser tan arrogante, grandísimo idiota, si entre todas las personas que se cruzan, entrecruzan y te odian, ella hizo una diferencia?
Ya deberías estar consciente, criaturita concebida probablemente por un error de cálculo, que tu existencia está destinada a ser inútil, desperdiciada, sin ninguna felicidad. Y que si bien, en algunas extrañas ocasiones, aparece alguien como ella que te otorga gratuitamente una felicidad que no mereces, es idiota que lo veas como una esperanza. Más bien deberías tomarlo como otro error de cálculo, como tú lo eres. Y ella no lo es. Ella, como todos los seres que no son tú, es parte de un cosmos ordenado, con sus pequeños temas, sus pequeños problemas y sus pequeños errores.
Bien sabías desde el principio, oh, inoportuna desgracia hecha persona, que ella terminaría con alguien como ella, lloraría por alguien como ella, y añoraría juntarse con alguien como ella. Todas las personas se juntan con personas. Todos los seres se juntan con sus iguales. Y tú, despreciable guijarro en la línea de tiempo, no eres ni persona ni eres igual a nadie.
Entonces, completo idiota, ¿quieres decirme por qué no paras de sollozar? Que nadie te quiere… eso ya lo sabías; Que ella no te quiere… ¡Por favor! Era muy fácil de predecir; Que pareciera que perdiste su amistad por siempre… ¡Eso ya es el colmo! Bien sabías que la amistad que cualquier persona te pudiera otorgar duraría únicamente el tiempo en el que dicha persona no se diera cuenta de la estupidez que significa acercarse a ti.
Pero ya, no llores más, mi pequeña parodia de tumor que debería ser extirpado del planeta. Si comprendieras de una vez que ninguna cosa que hagas servirá nunca de nada podrías dormir en paz. ¿Que cómo hacerlo con tamaña falta de esperanza? Por favor, pequeñuelo insulso: tú no mereces tener esperanzas. ¿Qué te he estado diciendo todos estos días y estas horas? ¡Eres un error de cálculo! No mereces respirar el aire que respiras porque no está destinado a ti. No mereces el agua que bebes con tanto deleite porque no está destinado a ti. No mereces que nadie, ni siquiera yo, gaste sus palabras en ti.
¿Le exigirás acaso algo a esa pobre samaritana, que a tontas quiso creer que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos? Estabas tentando a la suerte, y bien lo sabías. Esperabas que ya que te había caído agua del cielo te cayera también comida. Y no, pequeño y fútil insecto, las cosas no funcionan así. Puede que hasta logres soportar tu existencia cuando lo entiendas. ¿Que ya no lo soportas más? ¡Idiota! Estás quejándote de que no haces lo que quieres en tiempo regalado, que en un principio ni siquiera estaba dedicado a ti. ¿Quieres también que te traigan el desayuno a la cama, animalito del cielo?
Me sorprendes incluso a mí. No esperaba, cuando decidí hablar contigo y gastar mi valioso tiempo, que tuvieras el tamaño descaro de quejarte. No esperaba, tampoco, que pretendieras que sintiera lástima por tus lágrimas. Es cierto que si hay algo abundante y fácilmente otorgable, eso es la lástima. Pero comprende que, hasta la lástima, es demasiado cara para ti.
Comprende, también, engranaje defectuoso, que si en cálculos y proporciones lo tomáramos, sería más que justa la situación. La única razón que permitió justificar que pudieras haberte acercado a ella, fue que te acercaras a ayudarla. Te dejó escuchar sus problemas y darle consejos. Consolarla cuando se sintió mal, preocuparte por ella y hacerla sonreír. Pero, y presta mucha atención a esto, ella no te debe nada. Que hicieras todo eso sólo era una forma de equilibrar el cosmos. Una manera de que retribuyeras todos los privilegios que has usurpado con el solo hecho de existir. Lo menos que puedes hacer, mientras sigas ensuciando una línea de tiempo que no es tuya, es ayudar a cuantas personas puedas sin esperar que te ayuden, darles la felicidad que tú no debes tener, y hacerlas sonreír como sabes que no debes.
Nada más mereces, pobre infeliz. Y no te pediré que me disculpes por marcharme, porque sería realmente irrisorio. Simplemente quédate ahí donde estás, a consumirte en tu propia desgracia, tu propia miseria, y tu propio odio, que es lo menos que puedes hacer: sentirte culpable.
Yo por mi parte, juego, como todos quienes no son tú, un papel mucho más importante en el universo, aunque yo sea más importante que el resto, y, sobretodo más importante que tú, sucio sub-renacuajo. Y deberías sentir un orgullo inmenso de que haya bajado a hablar contigo siendo que no mereces ni siquiera que te nombre. Cabe decir que lo hice porque me aburría. Y sabía bien que si hubiera querido hablar con otra persona, alguna que fuera normal y tuviera más derecho que tú (o sea, cualquiera que no seas tú) esa persona se hubiera puesto realmente pesada queriendo que le responda las cosas más idiotas: “¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? ¿Qué vino primero, el huevo o la gallina?” y otras tantas. Como si no tuviera cosas más importantes que hacer. ¡Un universo debo manejar y aquí estoy perdiendo el tiempo contigo, que eres menos que una bacteria unicelular!
Ya lo dije, y lo repito, deberías estar orgulloso de haber hablado conmigo, que soy Dios y creador de todo, tú, condenado imbécil, más condenado que nadie, y de que te haya aconsejado algunas cosillas para que hagas menos triste tu oprobiosa vida. Ahora me voy y, afortunadamente, te dejo.
Y por favor, dulce criaturita, hazle un favor al mundo, toma ese arma y haz lo que estás pensando.

FIN

miércoles, 4 de junio de 2008

Recomendada mía

Entren al blog recién hechito de Sole!

http://ahoratienesentido.blogspot.com/

Entren y firmen! Si no lo hacen me enteraré!

Salú,
Joan

Tren bala: Proyecto elitista...














Considero que el proyecto del tren bala es muy elitista...

¿Por qué, si con la plata del pueblo se debe hacer un medio de transporte para el pueblo, se hace un transporte solo para una minoría?

¡O sea, todo mal con que se haga un tren para los homosexuales, o balas, o como quieran llamarse!

La utilidad de los libros

Con semejante título uno puede ir comenzando a hacer una semblanza sobre lo que va a seguir. Es un tema bastante complejo. Porque, en parte, la gente endiosa a los libros como si fueran un orden incomprensible e inalcanzable de sabiduría, y por otro, tienen la esperanza de que si lo entienden puedan llegan a tener un libro de cabecera... Algo así como un doctor, pero una cosa más culta.

Cabe decir, entonces, que el libro no solo cuenta con una utilidad (que aún no es muy clara) sinó que también cuenta con una serie de mitos y folklore alrededor de su origen y utilización. Hasta hay quienes hablan de “aprender a usar los libros”. Bien, eso crea una nueva coyuntura en el asunto:

Porque desde que aparece una idea errónea de lo que es un libro, aparecen personas que sobre esa idea habrán de escribir un libro. La gente verá a la venta libros que les ofrezcan aprender a vivir en diez pasos y los comprará. La gente, de creer que un libro les abre la puerta a un mundo culto y a una sociedad distinta, pasa a creer que un libro le enseñará a manejarse en su tortuosa vida.

Bien, ahora es donde llega el golpe de realidad. Desde que existen los humanos y el idioma, existe el hábito de contar historias. La gente cuenta y siempre ha contado historias. Desde poemas épicos de una gran cruzada que ocurría a la vuelta de la esquina hace siglos, al nuevo amorío de la vecina menos recatada. La gente se divierte contando y escuchando historias, y el libro solo es el cuentista sin cara.

El libro y su potencial lo tenemos encima, y somos autodidactas. Pero no conseguimos sacar una frase derecha en una hoja de papel porque endiosamos al objeto y su oficio, y tememos cometer una blasfemia. Y por eso no entendemos esa utilidad original del libro, de ser el cuentista cuando el cuentista no está, de divertirnos cuando queremos saber algo nuevo.

Pero de eso la gente se olvidó hace mucho tiempo. Y se fue degenerando porque al ser un cuadernito lleno de hojas uno lo puede llenar con cualquier cosa. Y por ahí alguno que mande un tiro por la culata logre algo que sirva, y no solo basura de autoayuda. Por ejemplo, pocos libros me han ayudado tanto como el Diccionario.

martes, 3 de junio de 2008

Dibujándome, a trazos gruesos...

Ya antes he mencionado que soy dibujante, ¿no? Bueno, pienso que es una parte interesante para mostrar, siempre que la gente se empieza a dar cuenta de que no soy tan interesante como querría.

Vamos al grano: Estos son algunos dibujos míos...

lunes, 2 de junio de 2008

Miedo impalpable, como el azúcar...

El sábado me había despertado a las cuatro de la tarde. ¿Increíble? Créalo. Puede ser que el condenado cielo estaba tan sólido y plomizo que no me daba la idea del día, o bien que había pasado una pésima noche sin poder dormir, presa de las elucubraciones más tendenciosas y menos lógicas sobre el amor y otras de esas sandeces tan glorificadas. En fin, la cuestión es que mi día comenzó tarde y extraño, no como un día cualquiera, no como un día reconocible.

Me pegué un grato baño bien caliente y bien rápido, pensando en lo tarde que llegaría a la plaza (los sábados hago caricaturas en la plaza central de mi provincia, Mendoza) y empecé a preparar las cosas. A eso de las cinco tenía todo listo, y ya me había acorazado lo suficiente como para que el frío no me quebrara, pero, antes de salir, mi hermana me dice "qué, no comés?".

"¿No comieron ya ustedes?", fue la pregunta instantánea que salió de mi boca tanto como hubiera salido de la de cualquiera. Por lo visto yo no era el único confundido por ese día tan antinatural y opaco. "La comida está en un rato" se me dijo tras serme cuasi explicado el retraso, y bien, yo me quedé porque tenía hambre.

¡En fin! Terminé saliendo de casa a las seis y cuarenta, y esperé el colectivo una hora o más -oh, condenada poca frecuencia de fin de semana!-. La cuestión es que llegué a la plaza a las ocho o poco más. Obviamente no dejaba de dudar si armar o no, puesto que el resto de los artesanos huían por la derecha. Así que resolví quedarme charlando un buen rato con uno de ellos, con el que me llevo particularmente bien, y que estaba desarmando su puesto (de duendes de cerámica en frío) hasta las nueve. Ahí hice el amago de armar mi puesto pero ¡plaf! Apenas conecté el foco... se quemó. Dicho estaba, ese día no iba a armar.

Charlé un rato más y luego me fui a deshielarme al cyber -en la plaza como que el frío de la intemperie me maltrataba- donde charlé un tanto con algunas gentes simpáticas con un msn de por medio, y mientras, le mandaba mensajes a mi mejor amigo para que nos juntáramos a las doce de la noche en un bar que me gusta mucho.

Dicho, me fui a mi casa (por suerte el micro de vuelta fue más considerado en la espera) y ahí dejé todas mis cargas importantes, para volver a salir, desprovisto de toda cosa de valor, excepto algo de plata para pagar lo que tomáramos.

Llegué al lugar a las doce y cinco, y me encontré con algo que mi idiotez ya habituada me impidió considerar. En el bar estaban tocando unas bandas, y la entrada salía veinte pesos. Eso o quedarme afuera, en las mesitas de la vereda. Habiendo convocado a mi amigo ahí -que dijo que caería a las y cuarto- me tuve que quedar a esperarlo.

Se hicieron las y media. Le mandé un mensaje recordándole la dirección del lugar. No contestó. Borrachos y pibas berretas intentaban colársele a un patovica más bueno que el pan. Pedí una coca a una moza muy bonita y amable. Un drogado hecho mierda intentó robarme -en cámara lenta- la botellita de coca, y se fue muy ofuscado al ver que -a lo que le debió parecer la velocidad de la luz- retiré la botella de la mesa y lo miré con cara de pocos amigos. No me acordaba que en la parte de afuera del bar hubiera gente tan dejada de sí misma.

Se hizo la una. Mi amigo no venía y yo le mandé otro mensaje preguntándole por eso. No contestó. Un borracho infame con su mujer barata y bebé descuidado brabuconeaban al patovica para entrar, y este, con toda amabilidad, les contestaba que debían pagar para entrar, mientras yo pensaba lo desagradable de traer un bebé a un bar de pibes.

Se hizo la una media, y yo, tras charlar con un pibe que no veía hace años y me encontré ahí, decidí llamar a mi amigo. El teléfono me pasó directamente con la casilla de mensajes.

¡Horror! ¿Qué quería decir esto? Sumando la tardanza, el hecho de que no contestara los mensajes, y que el teléfono estuviera apagado, se me vino encima la inferencia más aterradora: ¡Que habían asaltado a mi mejor amigo! Al borde de la desesperación no dejaba de temer si lo hubieran golpeado o, peor, matado. ¡Todo porque yo lo llamé para que viniera! ¿Qué clase de amigo arriesga a su mejor amigo a altas horas de la noche? Mi mente era un febril masacote de las peores elucubraciones. ¿Dónde estaría ahora mi mejor amigo? ¿En qué estado estaría? ¿Habría forma de ir a buscarlo? ¿Estaría sano?

Ya estaba a punto de mandarme hacia alguna comisaría -sin plena confianza en qué traería tal acción- cuando llega, corriendo y bastante agitado, el Manu, mi mejor amigo, diciéndome que lo habían retrasado en su trabajo.

El resto de la noche la pasamos rebien, y yo no dejaba de respirar aliviado, contento, más que nunca, de tener a mi mejor amigo...

Salú!
Joan